Algunos se ven arrastrados por la sociedad. Es difícil verlos, pues la velocidad los ha vuelto invisibles. Siempre buscando un no se qué, que quizás sea el que esté inundando sus vidas de nada. De vacío frío, como un hielo que se derritiera entre nuestras manos en una noche nevada.
Nos hemos creído que algo va a llenar nuestros vacíos latidos sin vida. Nos apuntamos a cursos de novedades, a ilusiones estáticas, intentando dar con la tecla “enter” que nos lleve a un mundo mágico. Atajos que traten hacernos sentir que aún podemos sentirnos menos muertos en vida.
“Curso de baile flamenco en una semana”, “Aprenda a Tocar la Guitarra sin Esfuerzo”, “El Flamenco en Cinco Días”, “Conviértase en un Experto en un Fin de Semana” y etc, etc, etc. Esto cada vez se parece más a un ataque de milagros sobre la falta de criterio de algunos que a algo serio.
Este tipo de cursos y libros quizás podrían servir para cuando uno no tiene ni idea de un tema alejado de su entorno, con el cual uno no está familiarizado. Por ejemplo, para mí, seguir un curso rápido de astronomía, tan alejado de mi entorno habitual, quizá podría serme de alguna utilidad. Pero lógicamente nunca caería en la ilusión de que por leer ese libro intentaría ser un científico. Sería demasiado ingenuo por mi parte pensar así.
Me gusta el ajedrez y leo muchos libros sobre él. Al principio me bastaba con unos libros de esos que me hacían ganar partidas rápidamente. Y me fueron útiles en esa época. Pero ahora ya no. He llegado a otro nivel, y estoy en una nueva etapa de desarrollo. Cuando miro una posición en el tablero, primero analizo, pienso y solamente cuando he descifrado las características de esa posición, muevo las piezas. Nunca antes, nunca sin tener la sensación de haber pensado a fondo.
Lógicamente, eso lleva su tiempo. Pero me reporta el placer del sentido. Disfruto cuando profundizo porque son las profundidades y no las superficies las que retan y avivan mi pensamiento. Y en ese reto, encuentro la belleza buscada, la jugada adecuada, el movimiento preciso, lo que me lleva a sentirme insospechadamente vivo, tanto en el ajedrez como en la vida.
Y en la vida he aprendido algo que quiero compartir contigo: el camino más largo suele ser el más corto. No creas en soluciones rápidas para aprender profundamente lo importante, los principios. El camino más largo suele ser el más corto y viceversa. Ya lo dijo y sintetizó mucho mejor que yo Aristóteles cuando le dijo a su alumno Alejandro Magno: “No hay atajo sin trabajo”.