Lo recuerdo como si fuera ayer. Fue hace ya unos años, viajábamos el Maestro Enrique Morente y yo en el AVE dirección a Sevilla. Era para rodar la película “Flamenco” de Carlos Saura. Nunca llegué a emocionarme tanto con mi amigo Enrique. Me acuerdo del día del rodaje, en la estación Norte de Sevilla, como si fuera ayer.
Unas semanas antes del rodaje, el productor musical, mi amigo Isidro Muñoz se puso en contacto conmigo y me dijo que Enrique cantaría unas Malagueñas para la película. Esa era la idea y para mi el honor. Me sentí muy feliz de poder acompañar al Maestro en esa película. Durante semanas, me encerré con mi guitarra, para sacar las falsetas más bonitas posibles para adornar con mi música la voz del Maestro Enrique.
Llegó el día del rodaje y en mis dedos estaba todo estudiado y me sentía seguro de lo que iba a tocar y sobre todo con mucha ilusión.
Llegó el momento crítico del rodaje y el Maestro, cuando todo estaba a punto de empezar para rodar en directo las Malagueñas, me dijo :“Cañi mira, se que me vas a echar de España, pero me apetece cantar por Seguiriya…”. “Bueno Enrique yo tenía preparada la Malagueña, pero si te apetece más cantar por Seguiriya, en fin, yo me amoldaré – le dije -. El director y el productor trataron inútilmente de convencer al Maestro, diciéndole: “Pero Enrique, hemos hablado que hoy ibas a cantar por Malagueñas, pero no por Seguiriya. Ya está todo preparado”.
Pero, ¿quién podía cambiar la opinión de este genio?. Todas las falsetas que saqué las tuve que tirar a la papelera. Solamente una hora, ¡tenía solamente una hora para reacomodarme a la nueva situación y sacar varias falsetas para acompañar al Maestro por Seguiriya! Mi cabeza funcionaba a más revoluciones que el motor de un avión, porque quería hacerlo bien, pero sinceramente también pensé…¡Qué putada!
Además todo era directo. Si yo fallaba, podría estropear la toma o dejar ese fallo para siempre…A pesar de todos estos “sustos” y esa presión, el rodaje afortunadamente fue muy agradable y emocionante. La voz del maestro me hacía sentir tanto, me inspiraba tan profundamente, que de esas profundidades emergían las falsetas y las melodías sin ningún esfuerzo. La sensación fue tal, que cuando terminamos de rodar en el plató, ya ni me acordaba de las falsetas de Malagueñas que me había preparado durante las semanas anteriores.
Después del rodaje, fuimos a cenar y luego con unos amigos de Enrique, nos fuimos a un local. En un momento de la noche se planteó cerrar el local para poder tener una juerga flamenca muy íntima. Yo llevaba mi guitarra conmigo. Solo estábamos Enrique y yo y tres o cuatro amigos. Allí le acompañé por Bulerías, Tangos, Fandangos, Soleá…Y estábamos tan a gustito gozando con el Maestro, cuando de repente dijo: “Cañi ponme la cejilla al dos o al tres, que voy a cantar por Malagueñas”.
Mira tu por donde – pensé -. Le acompañé con las falsetas que había compuesto en mi casa especialmente para la película. Escuchando la voz del Maestro, de horizontes lejanos, flotando en el cielo, me metió totalmente en su universo, en el Universo Morente. ¡Qué emoción y qué gusto! ¡Era impagable! Se me saltaron las lágrimas de la emoción y me quedé paralizado y llegó un momento en el que ya no pude seguir tocando y me quede sin tocar, hipnotizado por su voz y por su duende, y mi guitarra enmudeció, porque mi emoción no me permitía darle los acordes que correspondían en ese momento. Me quedé colgado, necesitaba resetearme. Cuando terminó una letra, mi alma le tocó las falsetas que saqué para él. Enrique me escuchaba con los ojos cerrados y me sonreía y siguió cantando otra letra. Era un momento mágico. Escribiéndolo ahora, una lágrima baja por mi garganta, atravesando un gran nudo…
Después de cantar la Malagueña, Enrique se levanto de la silla y me dijo: “Cañi, si yo llego a saber que tenías esas falsetas maravillosas preparadas para la película, yo hubiera cantao en la película por Malagueñas! ¿Por qué no me lo habías dicho? “Yo creo que nos hemos equivocao, teníamos que haber cantao por Malagueñas” –dijo-.
El Maestro Enrique para mi significa mucho. Compartimos muchos momentos maravillosos. Éramos casi como de familia. He aprendido mucho con él, tanto de flamenco como de la filosofía de la vida.
Maestro, ¿Me escuchas? Tengo una deuda contigo, que saldaré cuando te vea de nuevo algún día. Te debo aquel acorde que no te dí porque tu voz enmudeció mi guitarra…
No me dejes, por favor, que todavía tienes muchos cantes que querría acompañarte y muchas cosas que me gustaría vivir contigo. Me consuela saber que soy mortal y que tarde o temprano nos abrazaremos de nuevo. Siempre recordaré aquella frase que solías decir mucho: “Estamos vivos de milagro”. Si Enrique pero tu aún sigues vivo y lo seguirás estando siempre en mi corazón.
Te quiero Enrique. Descansa en Paz.
Enrique Morente - seguiriyas