La grandeza oculta del sonido nada ni nadie podrá medirla. Podremos medir su intensidad y sus frecuencias con sofisticados plug-ins de increíbles softwares. También podremos saber la longitud que ocupa en el espacio, es decir, mediremos su ritmo y otras variables más pero aún así, nunca podremos medir la grandeza oculta del sonido. Porque la morada en la que el sonido encuentra su grandeza, su verdadero espacio, en el cual logra seducirnos, se encuentra en nuestro corazón, en los lugares más recónditos de nuestro espíritu…
Los sonidos llegan a través de nuestros oídos sí, pero nos traen un mensaje, nos traen la historia de nuestra herencia musical, nos cuentan la historia de los pueblos, de la tradición, del legado de nuestros predecesores. Nos hacen olvidarnos de nosotros mismos, nos cautivan.
Están descansando, como dormidos en nuestro espíritu y nuestro corazón y cuando suena la música flamenca, despiertan con toda la fuerza de la tradición, porque con su significado, nos ponen alegres o nos entristecen, haciendo correr una lagrima de alegría o de dolor sobre nuestras mejillas.
Ellos, los sonidos flamencos, son los principales protagonistas, los que nos cuentan su historia a través de los palos flamencos, de las formas musicales del flamenco. Ellos crean el pensamiento musical con el que sentimos. La fuerza expresiva que contienen no se puede apresar en una definición musical teórica. Porque la teoría los presentan en moldes fríos, asépticos, congelados…Y en esa inmovilidad fría no está el significado del sonido, solo una burda representación de su fachada. La grandeza oculta del sonido, nada ni nadie podrá medirla, porque el sonido vive en el interior profundo de nuestro corazón y nuestro espíritu…