domingo, 2 de enero de 2011

Viaje a Oropesa

Foto: Castillo de Oropesa

Este fin de año por fin pasó. Ahora merecidamente descanso, me despojo de responsabilidades. Saboreo el aire de las montañas nevadas, cerrando de un portazo mi pasado, como si un frío viento cerrara una puerta a mis espaldas.

Me encuentro frente a un castillo medieval, en el parador de Oropesa. Desde una ventana contemplo un aire lleno de siglos que rebota en las paredes silenciosas. En los patios desolados del castillo, las escaleras de piedra me susurran su historia.


Foto: Castillo de Oropesa

He visitado el castillo y está como mi alma: en calma. La guitarra quedó callada en su estuche. Con el tiempo uno descubre, que eso también ayuda a vivir. Y sientes que hay vida más allá de las seis cuerdas. Por fin estoy ausente del mi, la, re, sol, si mi. Se acabaron las afinaciones. Mis dedos empiezan a vaguear.

En otro tiempo estaría encadenado. Yo mismo en otra época de mi vida, tendría mi guitarra conmigo, aquí, en esta habitación. Reposaría mi mirada en su funda y probablemente la abriría y la tocaría. Pero ¿me sabría la vida igual?. Sé que no y estos días no quiero ser esclavo de mi historia.


Foto: Parador Nacional de Oropesa

Hoy, en el Parador Nacional de Oropesa, descanso. Y cuando descanso no quiero que la música interrumpa el agradable silencio que me regala este momento.

En cierto modo somos esclavos del lugar en el cual nacemos y de las costumbres que nos rodean. De no haber sido por mi destino fortuito de nacimiento, ¿No vería el mundo desde otras costumbres?... Es más, a cada instante me estoy construyendo y destruyendo, porque a cada instante me cuestiono mi conformismo.


Foto: Parador Nacional de Oropesa

Empecé hablando del fin de año y no tenía intención de embarcarme en desvaríos. Mis pensamientos han improvisado estas líneas. Me encuentro de sorpresa ante un “mi mismo” que me lleva de la mano, no se adónde ni por qué, solo sé que me lleva…y por suerte confío en él.