Me pregunto hoy sobre el cambio de los tiempos. La tecnología, el sentido de la amistad, las conversaciones de los vecinos del barrio en verano en la puerta de sus casas, compartir una cerveza en el portal charlando de lo que sea, los juegos de los niños en la calle, los amigos en las plazas viendo pasar a las niñas guapas del barrio y piropeándolas, tantas vivencias…
Recuerdo con alegría esa época. Eso no quiere decir que la eche de menos ni la extrañe, pero si que me inspira hoy a inmergirme en el sentido del valor de lo que me rodeaba.
Por ejemplo, los discos, el vinilo. En mi barrio solamente había una tienda de discos. Yo la rondaba a menudo a pesar de la escasez de material que allí había. Algunos discos de importación, de jazz, pocos de pop, y claro la gran mayoría eran de flamenco. Cuando digo mayoría, es una forma de hablar, porque cuando hay pocos discos no creo que se pueda hablar de mayorías.
Si quería encontrar algo más, tenía que desplazarme al centro de Sabadell. Allí había algo más, en especial de música clásica y algo de Piazzolla recuerdo, pero no mucho más. Podías encargar, eso sí, pero nunca te prometían nada, porque en aquella época de los setenta y pocos, todo era mucho más lento; también más incierto en cuanto a mercancías musicales.
En contraste con esa escasez, habían muchas ganas. Hoy también hay ganas de aprender pero antes las ganas eran muy profundas. Recuerdo que en mi caso y en el de muchos, era escuchar un disco cientos de veces. Y no sólo eso, era aprendérselo entero. Todo: cante, acompañamiento, solos, falsetas, palmas…
Un disco no era un simple disco, era una fuente de posibilidades que te remitían a unas realidades inalcanzables desde un barrio de Sabadell. Incluso el tratamiento, el cuidado que uno hacía de ese material, era de un respeto sumo, porque si se te estropeaba podías quedarte un buen rato sin oírlo de nuevo, a no ser que quedase algún ejemplar en la tienda, lo cual nunca era seguro.
Teníamos poca información realmente, pero sin embargo sí que teníamos formación, no nos quedaba más remedio. Tenías que configurar tu destino profesional en base a pocos materiales y a mucho esfuerzo, pues aprender era muy difícil. Había mucho secretismo. Nadie, o muy pocos querían compartir lo que sabían pues pensaban que si compartían lo que sabían peligraría su mundo, su trabajo.
Poca información pero mucha formación. Se puede decir que en mi caso me he hecho a mi mismo, al igual que otros muchos. Me he dejado los oídos derretidos sacando música con un casete, aprendiendo de oído lo que otros sabían y no compartían. Recuerdo que mi hermano Rafael y yo, llevamos un aparato de casetes a un técnico para que lo “preparase” para que le entrara menos voltaje. Así, la cinta rodaba más lenta y se podían sacar las cosas mejor, aunque eso sí, había que bajar la afinación de las guitarras ya que cambiaban los tonos de la música.
Pero era bonito. Cuando sacabas un solo de guitarra de alguien gracias a tu esfuerzo, era sentirse pletórico, con posibilidades, con potencialidad. Uno era su propio motor de arranque, nadie tenía que decirte lo que tenías que hacer…no tenía casi nada a mi alrededor, los “víveres” musicales escaseaban, solamente eso sí, mucho amor por el flamenco y también ganas, muchas ganas de aprender con seriedad…
“Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los cómos.”
Nietzsche