Actualmente en el terreno musical la tecnología ha alcanzado un grado de expansión enorme. Cualquier persona tiene a su alcance los medios necesarios para poder desarrollar por cuenta propia lo que antes era exclusividad única de las discográficas.
Esto indudablemente es un gran avance. El que una persona pueda producirse su propia música y difundirla a través de Internet hace que esa persona se realice de una manera inimaginable hasta hace pocos años.
Esta situación desde el punto de vista democrático es fantástica, ya que nadie queda exento de poder expresar su voluntad musical. Es innegable que ahora más que nunca, cualquier grupo o persona, puede tener su Facebook, Myspace, etc. A su disposición para por esos medios difundir su música o la interpretación de la música de otros.
Esta situación propicia para la creatividad conlleva también otra cara de la moneda. Es fácil y cómodo pensar que porque algo guste a una mayoría o tenga cierto éxito o repercusión social de algún tipo, ese algo represente ya de entrada un avance musical. Pero no necesariamente lo más “exitoso socialmente” es lo más plausible desde el punto de vista de calidad musical y exigencia creativa original, que todo buen músico y artista ha de estar constantemente buscando.
Si esto es así, si la masa del público se mueve por impulsos y no a merced de un análisis y un razonamiento profundo, vamos a caer irremediablemente por una pendiente de trivialidad y negación inconsciente de los valores musicales que verdaderamente enriquecen los planos más espirituales de nuestra alma.
Y concretamente refiriéndome al flamenco, nos vamos a encontrar con un notable retroceso musical si somos incapaces de analizar y valorar con rigor lo que escuchamos. Porque una cosa es oír música y otra escucharla. Escucharla está en un plano muy superior, ya que el propio escuchar requiere una escucha estética de la música, y esto ya implica una preparación y un criterio por parte del oyente, que la mayoría de las veces está ausente.
Esta ausencia de criterio en muchas personas solamente podría suplirse con una humildad aplastante por parte de la propia persona: darse cuenta de que no sabe de lo que no sabe. Pero no por ello hay que afligirse ni apenarse, pues afortunadamente hay un gran legado de obras que nos han dejado los grandes maestros en el campo de la música que están a disposición de cualquier persona que de verdad quiera instruirse y culturizarse musicalmente hablando.
Hasta que el nivel de exigencia de la enseñanza musical en la escuelas de este país no suba de nivel y nazca una nueva generación de jóvenes preparados con un oído educado en el sentido estético para captar hasta los más fines matices musicales, no nos queda más remedio que instruirnos por cuenta propia escuchando de verdad grandes obras musicales y buscando no lo superficial sino lo realmente profundo y significativo.
Esto es lo que la tecnología exige de nosotros si queremos filtrar y cribar la mediocridad musical que nos rodea tan ampliamente: tomar la responsabilidad de instruirnos a nosotros mismos. Y como decimos en España: “en el país de los ciegos el tuerto es el rey” y “a río revuelto ganancia de pescadores”. Para que esto no ocurra no nos queda más remedio que elevar nuestro nivel cultural respecto al arte musical y de esta manera ganaremos todos: nosotros y las generaciones venideras.